El espíritu del alquimista

Israel González “Matador” es un artista multidisciplinario cuya obra explora las profundidades de la trascendencia y la relación entre el ser humano y el cosmos. Utiliza de manera recurrente el azul ultramarino, un color que lo conecta con el mar, evocando las profundidades del inconsciente, y con el cielo, simbolizando la libertad expansiva. A través de este contraste, Matador encuentra el equilibrio entre las fuerzas opuestas de la naturaleza, creando obras que no solo invitan a la reflexión, sino que también restauran el vínculo perdido con el universo, recordándonos que el mundo visible es sólo una capa superficial de una realidad más profunda.
Las influencias de sistemas de pensamiento como la alquimia, la metafísica y el esoterismo se entrelazan en su obra, lo que resulta en una aproximación al arte intencionalmente intuitiva y experimental. Los sonidos, palabras, símbolos y formas en su trabajo no solo actúan como medios de expresión, sino también como vehículos para un cambio de estado espiritual. La contemplación de estos elementos sonoros o visuales no se trata de una transformación mágica o mecánica del mundo, sino más bien de una cartografía de la conciencia que ilumina su conexión con la realidad. Tanto lo sonoro como lo visual se corresponden a través de un comportamiento vibratorio: la realidad vibra, y los umbrales que Matador crea permiten sintonizar con una claridad armónica que ofrece transparencia.
Matador dirige su obra hacia la creación de mantras que invitan a una contemplación atenta. El arte, según su visión, es el espacio donde pueden revelarse correspondencias y “casualidades significativas”, representando la urdimbre vibratoria que une conciencia y realidad. Matador también se nutre de otros principios esotéricos, como la correspondencia entre lo macrocósmico y lo microcósmico, y la correlación orgánica entre las partes y el todo. Para algunos artistas, el repertorio esotérico sirve como una estructura formal que puede ser habitada por elementos “profanos”; para otros, como en el caso de Matador, es un punto de partida, una postura que convierte cada obra en una fase de un manifiesto artístico que refleja su perspectiva profunda de la realidad.

Gabriela Gorab

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